Siempre he creído, y hasta podría afirmar, que la mayoría de los roces entre individuos, comunidades, instituciones, naciones y cualquier tipo de organización se debe primordialmente a la inexistencia de un marco de referencia común entre ambas partes. Es así que cuando los movimientos feministas pro-aborto se enfrentan a los movimientos pro-vida, en su mayoría religiosos, cada uno defiende su postura respecto a su propio marco de referencia; es algo así como que ambas partes acordaran jugar un partido de baseball mientras un equipo sigue las reglas del fútbol y otro las del volleyball. Difícilmente se puede crear un marco sin las influencias subjetivas de alguna de las facciones.
Algo similar ocurre cuando se habla de desigualdad en México, pero no quisiera hablar sobre el origen de la controversia sino sobre sus repercusiones.
El bucle del romanticismo
Historias románticas hay por montones, aun cuando no solemos asociarles el adjetivo romántico. Generalmente se piensa en la típica historia de amor, en la cual, a pesar de las cuantiosas adversidades, el amor prevalece. Sin embargo, este adjetivo tiene otra acepción, una un poco más general. Esta acepción no se limita únicamente al romance amoroso. Podemos, pues, tomar como referencia este romanticismo y extenderlo a algo así como: Romanticismo es cuando se asocia alguna actividad con sentimientos idílicos, provocados por ella en quien la efectúa y/o terceros (observadores). Así, el romántico puede ser tanto quien valora como quien expresa ideales, sueños, etcétera.
En México comúnmente las personas suelen denominarse románticos, afirmando ser la mejor pareja pero ignorando la basta extensión de la palabra. Así, oraciones como:
«La escuela de la niña se encuentra a 10 km de su comunidad. Diario debe recorrer esa distancia a pie para asistir a su escuela.»,
«A pesar de no tener techo en sus salones de clases, los niños de la comunidad asisten con entusiasmo a clases.», o bien,
«El 30% de la población estudiantil de la universidad del estado tiene un empleo a tiempo parcial o completo para poder solventar sus estudios universitarios. Algunos de ellos deben tomar el turno nocturno.»
son muy comunes y, en mi opinión, entran en la denominación de románticas. ¿Por qué? Rara vez escucho personas oponerse al contenido de las oraciones que, aunque parezcan ficción, son alarmantemente comunes; contrario a esto, hay personas quienes hacen legítima, a mi parecer de forma reprobable, la situación de desventaja en que se encuentran sus pares en comentarios como:
«No tiene dinero para comprar algo de comer y aún así va todos los días a la universidad. ¡Qué compromiso tan admirable!», entre otros.
Sobre la última oración quisiera aunar un poco más. El hambre es una sensación universal que ciertamente no se le desea a nadie. Resulta casi trivial, y se puede comprobar en carne propia, identificar la gigantesca rémora del proceso de aprendizaje con el hambre, y en un sentido más general, con una nutrición inadecuada.
En países como México, no pareciera haber compromiso real para equilibrar la balanza, porque si te encuentras en el País de los románticos, una historia de dificultades y resignación es más satisfactoria que la garantía de salud y estabilidad de sus protagonistas. Esto sólo propicia rezago e inevitablemente su reiteración.
Rezago
Alguna estratagema evolutiva, por así decirlo, ha dotado al ser humano de una naturaleza inquisitiva. Esto nos garantiza que, eventualmente, el conocimiento será alcanzado sin importar la persona que logre acceder a él en primer lugar; por ejemplo: de no haber existido Newton (en un sentido físico como que nunca hubiese nacido, o metafórico, como que nunca hubiese establecido las bases del paradigma de su ciencia) el descubrimiento o invención del cálculo infinitesimal se le habría atribuido enteramente a Leibnitz, y sus aportes a la física clásica, posiblemente, habrían sido producto del genio y trabajo ajeno.
¿Qué significa esto? Existen diversas razones para creer que, de no ser una persona quien descubre algún fenómeno o quien inventa algún dispositivo, habría sido otra la responsable de ello.
Bajo este supuesto (tarde o temprano se hará tal descubrimiento o se tendrá tal invento) hemos de preguntarnos ¿importa realmente quién lo haga? En mi opinión, la respuesta es un «Sí» definitivo. Dejando de lado las investigaciones con fines bélicos (aun cuando muchas de ellas han sido adaptadas al uso civil), cuyo fin es adelantar el arsenal del contrincante, es casi imposible imaginar el retraso científico y/o tecnológico, y por ende social, que nos infligiría esta pérdida de cerebros.
Preguntémonos: De no haber vivido, por ejemplo, Micheal Faraday ¿tendríamos hoy el nivel de desarrollo en dispositivos electrónicos actual? Incluso es natural preguntarse ¿serían una posibilidad hoy? y si no ¿cuánto más tardarían en aparecer?
En el décimo episodio de la serie Cosmos (Cosmos: A Spacetime Odyssey) Neil deGrasse Tyason relata la historia de Michael Faraday y muestra mi punto. Si no lo has visto, a continuación lo resumo brevemente.
De origen humilde, Faraday contaba con educación muy básica y, debido a la pobreza de su familia, como muchas personas en México hoy en día, Faraday se vio forzado a trabajar desde una edad muy temprana y, por consiguiente, abandonar por completo sus estudios (se enfrentaba al dilema: estudiar o comer).
Tras una serie de eventos afortunados (para él), y luego de haber obtenido la oportunidad de trabajar para uno de los científicos de mayor renombre de la época (Humphry Davy), Faraday llegó a ser considerado uno de los físicos experimentales más reconocidos y recordados. Sin embargo, debido a su escasa educación formal, su genio intuitivo no pudo complementarse, por ejemplo, con la formalidad matemática necesaria para justificar sus descubrimientos.
Faraday y su historia, en particular hacia el final de su trayectoria científica, nos dan motivos para pensar que, aún en la cima, la desigualdad de oportunidades siguen tirando hacia abajo, provocando un rezago personal (para Faraday) y científico (para el mundo). Por fortuna, en esta ocasión, no duró demasiado.
Posibilidad distinta a Probabilidad
El francés de origen argelino, Albert Camus, quien ganó el premio Nobel de literatura en 1957, describe en su obra con tintes autobiográficos y de publicación póstuma, El primer hombre, su vida mientras crecía en Argelia. En ella relata cómo Jacques (Albert) va en busca de saber quién fue su padre, un hombre reclutado por el ejército francés para luchar en la Gran Guerra y muerto en acción, durante su primera batalla…, y termina por encontrarse asimismo y cómo vivió su niñez en casa de su abuela, junto a su madre analfabeta y su tío.
Al inicio del libro Camus habla sobre la precariedad de la situación económica en el entorno donde creció. Su abuela, tan vieja ya que no podía ejercer ningún oficio; su madre cuya formación le relegaba a labores domésticas; y su tío, un simple obrero, coexistían en una casa plagada de desperfectos y, en ocasiones, de hambre. Pero esto no es sino el preámbulo de la verdadera historia.
Camus narra cómo en el último año de primaria su profesor, el Señor Bernard, quien fue el primero en notar la genialidad de Jacques (Albert), lo alentó e intervino vehementemente en su educación hasta el punto de enfrentarse a su familia para convencerla de que los estudios, y el tiempo que Jacques invertía en ellos, eran cruciales para su futuro.
No, la escuela no sólo ofrecía una evasión de la vida de familia. En la clase del señor Bernard por lo menos, la escuela alimentaba en ellos un hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre de descubrir.
A. Camus. El primer hombre, 1994.
Alber Camus dedicó su discurso de aceptación del Nobel a este hombre y otros profesores clave en su trayectoria académica.
Bien, el fantasma del romanticismo no abandona ni siquiera a este texto, pero menciono esta historia para resaltar un hecho: al tener la oportunidad de asistir a la escuela, cualquiera tiene la posibilidad de sobresalir (en el ámbito académico o tecnológico, claro)*. Sin embargo, las probabilidades están lejos de ser las mismas.
De no existir una influencia que estimulase el intelecto del joven a Camus, se sobreentiende que su genio hubiese permanecido ignoto, incluso se pudo dar el caso de nunca haber existido. Dentro de su familia NADIE podía jugar el rol del profesor de primaria de Albert y difícilmente lo pudo haber remplazado alguien dentro de su barrio pobre. Es así que, desde su acceso a la educación, tenía la posibilidad de lograr aquello que logró, pero la probabilidad de esto era sumamente baja.
La miseria es como una fortaleza sin puente elevadizo.
A. Camus. El primer hombre, 1994.
Por desgracia, no todos podemos jactarnos de tener a un Señor Bernard en nuestras vidas, muchas veces cimentadas en el seno de familias ajenas a la ciencia, lo cual vuelve más complicado incrementar en volumen las comunidades académicas y científicas en los países menos desarrollados. De ahí, otra razón para hacer de la divulgación científica una cultura.
¿Cuán importante es brindar a todos los individuos la oportunidad de desarrollar plenamente sus habilidades y no simplemente seguir como hasta ahora, tratando de dar marcha a un automóvil sin combustible?
¿Por qué debe hacerse algo al respecto?
Imagina un pozo junto a ti, donde hay cierta cantidad de pelotas, y de frente varias hileras de recipientes vacíos. Entonces, se te plantea lo siguiente: debes arrojar todas las pelotas del pozo hacia los recipientes, con la intención de que cada recipiente se llene de pelotas al menos hasta 3/4 de su capacidad, si somos flexibles, desde una distancia determinada. Pero todo esto se debe hacer con la condición de arrojar todas las pelotas que puedas tomar con cada puño a la vez y, además, no puedes arrojar una pelota más de una vez.
Cada pelota al ser arrojada tiene la posibilidad de caer dentro de algún recipiente, pero, por otro lado, la probabilidad que posee cada pelota no tiene porqué ser la misma. Esta probabilidades incluso pueden estar sujetas o condicionadas a las probabilidades de las pelotas aledañas en su camino hacia el objetivo, así como de factores externos (como la fuerza con la que fueron arrojadas, las condiciones atmosféricas, el coeficiente de restitución de la pelota, etcétera). Al hablar de probabilidades, forzosamente debe mencionarse un elemento inherente de incertidumbre -de otro modo no sería necesario este concepto-, el cual podemos interpretar como la imposibilidad de que la totalidad de las pelotas del pozo caiga en algún recipiente.
El primer problema para lograr el objetivo es la cantidad de pelotas existentes. Para tener al menos una pelota en cada debe haber al menos la misma cantidad de pelotas como de recipientes -y esto si suponemos que no hay error o incertidumbre-.
Si suponemos que el 80% de las pelotas totales cumplen nuestra condición de homogeneidad (hay sólo una pelota en cada recipiente), entonces se necesitan el mismo número de pelotas que de recipientes más el 25% del número de recipientes en pelotas. Es decir, si tengo 12 recipientes, necesito 15 pelotas para cumplir esta condición. Ahora, si en cada recipiente caben 4 pelotas y necesito 3 para cumplir con la condición de llenado a 3/4 de la capacidad del recipiente, necesito entonces 45 pelotas. (En efecto, de esas 45 pelotas, el 80% está en un vaso, esto es 36 pelotas están en algún recipiente. Dado que sólo hay 12 recipientes, cada recipientes debe tener 3 pelotas para que se cumpla la homegeneidad. Esto equivale a hacer tres veces el mismo proceso en pozos de 15 pelotas, i.e. 3×15 = 45.)
Algo similar ocurre cuando el Estado implementa medidas para fomentar el desarrollo científico, tecnológico, económico,… brindando centros de investigación, aprobando programas de investigación e inversión, etcétera. Por otro lado las instituciones educativas, mayoritariamente fundadas por el Estado, lanzan jóvenes al mundo laboral. Los fomentos del Estado son los recipientes, y los egresados son las pelotas. Entonces, entre mayor sea la cantidad de «pelotas en el pozo», cuya educación mejore sus probabilidades de conseguir el objetivo, mayor es la probabilidad del estado de beneficiarse de ello; y para conseguirlo, implementar medidas que garanticen la mayor igualdad posible entre la juventud (respecto a los estudios), creo yo, sería primordial.
¡Ojo! Hasta aquí menciono dos probabilidades: probabilidad de llegar al pozo y probabilidad de, saliendo del poso, llegar a un recipiente; una procura incrementar el número de elementos que pueden arrojarse y la otra el número de elementos habidos en un recipiente. Es necesario mejorar ambas, pero en especial la primera.
Frívolamente, este análisis, aunque simplificado, es adecuado para un ente abstracto como lo es un Estado, si se piensa a largo plazo; pero deja por completo de lado el aspecto humano que en muchos casos trae consigo la educación, como lo es el sentimiento de realización personal, vía el crecimiento profesional. La desigualdad no sólo contribuye en gran medida a detenerlo, sino que se asegura por sí misma de hacer dicha realización inasequible en un futuro.
En palabras de Neil deGrasse Tyson:
Una de las mayores tragedias hoy en día es que pocos tienen la oportunidad de ser TODO lo que pueden ser.
*Uno podría mencionar el caso de Faraday aquí, pero dada la escazes de éstos, es más sensato no fiarse de ellos.
Glosario
- Eventualmente: Incierta o casualmente.
Un comentario en “Desigualdad: el lastre del desarrollo”