Lo que la bomba atómica se llevó: La historia de los hibakusha (Parte I)

Entre 1939 y 1945, la humanidad experimentó uno de los episodios más devastadores de su historia. La Segunda Guerra Mundial modeló y cambió para siempre el mundo en el que vivimos. Específicamente, los efectos de las bombas nucleares que se detonaron en Hiroshima y Nagasaki configuraron las vidas de los sobrevivientes. Los «hibakusha», como se les llamó a los afectados, conocieron de primera mano los estragos de la radiación, la discriminación y el dolor a consecuencia de estos ataques.

Harry Truman y la decisión de lanzar la bomba

Las primeras ideas sobre el uso de energía atómica para generar armas iniciaron en el otoño de 1941, cuando el presidente Roosevelt en Estados Unidos de Norteamérica formó un comité para el desarrollo de esta tecnología. Roosevelt y su comité siempre estuvieron conscientes de los resultados catastróficos que podría generar su bomba, pero su uso práctico fue discutido a profundidad hasta el año de 1945.

En abril de 1945, Harry S. Truman, presidente en turno en EE. UU., formaría un nuevo “comité provisional” para discutir los aspectos políticos, militares y científicos de la bomba nuclear. El trabajo de este comité incluía la redacción de las declaraciones que se publicaron inmediatamente después del lanzamiento de las primeras bombas, la redacción de un proyecto de ley para el control interno de la energía atómica y recomendaciones para el control internacional de la misma.

El 1 de junio de 1945, el comité interno discutió la necesidad de disparar la bomba lo más pronto posible sobre Japón, debiendo ser lanzado en dos objetivos. Estos fueron elegidos por ser una instalación militar o planta de guerra que estuviera rodeada o adyacente a casas y otros edificios más susceptibles de sufrir daños que pudieran representar una advertencia que llevara al país a la rendición.

El 16 de julio de 1945, a las 5:29:45 (hora local), se detonó la primera bomba atómica en el estado de Nuevo México. Con esta bomba, llamada «Trinity», se demostró el potencial destructivo del arma y fue un experimento previo al lanzamiento de las bombas de Japón. Durante las discusiones sobre las ciudades que serían atacadas, se consideró la ciudad de Kioto. Pero se descartó debido al interés de un miembro del comité, que la señalaba como un santuario del arte y la cultura japonesas.

Sin embargo, Hiroshima fue bombardeada el 6 de agosto y Nagasaki el 9 de agosto de 1945. Al día siguiente, el 10 de Agosto, después de una prolongada sesión del gabinete japonés, se hizo la oferta de rendición, firmándose formalmente el 2 de septiembre de 1945 en la bahía de Tokio.

Explosión de la primera bomba atómica: Trinity.

El mundo celebraba la rendición de Japón, olvidando que tras los escombros de Hiroshima y Nagasaki había cientos de civiles e inocentes que yacían calcinados o que, en el mejor de los casos, lloraban ante la perdida y el desastre que se vislumbraba a sus espaldas. Esos hombres y mujeres, marcados para siempre por la guerra y las bombas, comenzaban a construir una nueva historia.

La vida tras las bombas: Descubriendo las secuelas de los sobrevivientes y damnificados

Tras los ataques sobre Japón, el 26 de noviembre de 1946, el presidente Truman ordenó la creación de la Comisión Conjunta, posteriormente conocida como la Comisión de Accidentes de la Bomba Atómica. Este grupo tenía como fin obtener información técnica de primera mano sobre los efectos a largo plazo de las víctimas de las bombas atómicas.

A su llegada al territorio afectado, los norteamericanos descubrieron que los japoneses tenían ya un grupo médico dependiente del Consejo Nacional de Investigación de Japón que había estado estudiando el daño inmediato y a largo plazo de la bomba atómica en los supervivientes. Masao Tsuzuki, la principal autoridad japonesa en los efectos biológicos de la radiación, ya había establecido 4 tipos de causas de lesiones por la bomba atómica: calor, explosión, radiación primaria y gas venenoso radiactivo.

Los efectos inmediatos

Las lesiones por explosión eran en su mayoría traumáticas, pudiendo ser directas (por explosión) o indirectas (por caída de escombro). Las producidas por radiación podían, a su vez, ser debidas a la radiación térmica o por radiación ionizante. Los principales efectos de estas se detectaban en tejido linfático, gónadas, sistema gastrointestinal, piel, hueso y otros aparatos.

La energía mecánica producida por las bombas había resultado lo suficientemente fuerte para aplastar estructuras de hormigón armado directamente debajo de la bomba; destruir fábricas con estructura de acero y casas tradicionales a distancias de varios kilómetros del centro del efecto.

Durante la fracción de segundo que duró el estallido, los objetos inflamables se quemaron o prendieron fuego a una distancia de hasta 3.3 kilómetros. La mayoría de quienes se encontraban en una línea de visión en relación con el estallido de aire en llamas sufrieron quemaduras en las partes expuestas del cuerpo que enfrentaron el estallido. Como producto de estas quemaduras, los afectados desarrollaron, en su mayoría, cicatrices queloides que los marcaron por el resto de sus vidas.

Cicatriz queloide en sobreviviente de la bomba atómica. Imágen de Gettyimages

Los efectos máximos de la radiación se hicieron evidentes entre los diez días y las dos semanas posteriores al bombardeo. Las manifestaciones más notorias fueron pérdida de pelo, púrpuras y sangrado en muchos sobrevivientes. También fueron frecuentes una serie de otros síntomas como diarrea, anorexia y fiebre, que inicialmente se atribuyeron a la radiación y a las condiciones insalubres que siguieron al bombardeo.

Tras los ataques en Hiroshima y Nagasaki, entre agosto y diciembre de 1945, numerosas pruebas sanguíneas fueron practicadas entre los sobrevivientes de las bombas. Se detectó en ellos la aparición de diversas patologías sanguíneas, dadas por una pérdida y alteración importante de todas las líneas celulares de los componentes de la sangre.

Los investigadores Tamiura, Ikui, Nakano, Hivataslhi y Oslhio estudiaron a los sobrevivientes en un rango de 2 kilómetros desde el sitio de la explosión de la bomba de Nagasaki. Esta población desarrolló una patología ocular con quemadura en párpados, luxación de cristalino, hemorragias en retina y lesiones por cuerpos extraños, principalmente por entrada de astillas de vidrio en el ojo. En algunos casos, el grupo de investigadores observó el desarrollo de patologías oculares graves con infiltración y necrosis de la córnea.

En la siguiente parte: ¿Cuál fue el papel de la radiación en el desarrollo de los efectos a largo plazo sobre los sobrevivientes de las bombas atómicas? ¿Cómo fueron censuradas la historias de los afectados por las bombas tras las explosiones?

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