Malthus, la función logística y un augurio de perdición II: Rat-Utopia

Es recomendable, más no necesario, leer la primera parte de esta edición (Malthus, la función logística y un augurio de perdición I: modelos poblacionales.). En ella se explican diversos conceptos que se mencionarán a continuación.

Los experimentos de Calhoun

Increíbles descubrimientos científicos se han hecho por casualidad, cuando se observa, sobre todo, algo que no se esperaba ver bajo condiciones conocidas (como en el comienzo de la teoría del caos) o bien, cuando ocurre algo que se esperaba ver bajo condiciones inesperadas (como el descubrimiento de la penicilina). A esta clase de eventualidad se le denomina serendipia. En la isla de James en la costa este de Estados Unidos, cuando fueron liberados cinco ciervos para crianza en 1916, ocurrió una serendipia.

Fuente: Google maps.

En esta pequeña porción de tierra no habitaban depredadores como lobos, osos o humanos, y además el alimento era suficiente. Para el año de 1951 el número de ciervos creció hasta cantidades de entre 280 y 300 miembros. Para ese entonces, los científicos comenzaban a sospechar que las poblaciones no dependían únicamente de las condiciones ambientales y la sostenibilidad del ambiente, sino también de su propia densidad de población.

John Christian, un etólogo estadounidense, sacrificó varios individuos en 1955 para examinar su interior. Hizo pruebas histológicas a diversos tejidos y midió  sus depósitos de grasa bajo la piel y su peso según su edad. Para el año de 1958, en los primeros meses, más de la mitad de la población de los ciervos había muerto y de los cuales se recuperaron al rededor de 160 cadáveres. Y así continúo el descenso demográfico en los años posteriores.

Christian comparó los cadáveres recogidos del suceso y comparó sus análisis previos con los hechos a los ciervos muertos durante el par de años que transcurrieron. Los resultados mostraron un incremento considerable en el peso de los animales  y una respuesta endocrina sustancial (las diversas glándulas se encontraban severamente inflamadas) y la causa fue el estrés al cual estaban sometidos los animales. Así, en contra de la intuición y el modelo logísitcio, no sólo basta considerar los recursos y la ausencia de depredadores o enfermedades, sino también el espacio disponible.

John Calhoun, etólogo estadounidense, se interesó en estos fenómenos y puso en marcha una serie de experimentos, conformantes de un experimento mayor, que le permitieran observar la evolución del comportamiento de poblaciones de roedores, proveyendo cualquier necesidad material de éstas (alimento y agua principalmente).

En la etapa más temprana del experimento, Calhoun introdujo en un recinto exterior, cuyas condiciones asemejaban a las naturales (con excepción de depredadores), cinco ratas hembra salvajes preñadas.

Un modelo de recinto estaba dividido en cuatro secciones y se seccionó como se muestra en la imagen siguiente:

Calhoun (derecha) junto a miembros de su equipo examinando el recinto. Fuente: Internet.

Para poder observar una correlación estadística, si es que esta existe, se recurrió a crear muchas repeticiones de este experimento, es decir, se crearon una serie de recintos, los cuales Calhoun nombró universos, hechos como se muestran en la imagen anterior y otros con algunas variaciones: en algunos las zonas donde se suministraba el alimento y/o el agua era un área común (cualquiera podía acercarse) y en otros se encontraban en cada una de las secciones, e el número de secciones no era el mismo en todos los casos, etcétera.

Tras el primer contacto con el sitio, los machos dominantes se establecieron rápidamente en las secciones y paulatinamente construyó cada cual su harén, de entre diez y doce hembras, y una comunidad, con una rigurosa jerarquía, alrededor de éste, protegiendo su territorio celosamente del ingreso de intrusos. Habiéndose establecido, y luego de copular, las hembras de ese harén construían religiosamente el nido donde sus crías crecerían.

¿Y qué ocurre con el resto de roedores? Éstas fueron relegadas a las secciones centrales de los recintos, donde no existía un orden similar al orden donde regía un macho dominante, pero tampoco sufrían de privaciones respecto al alimento y al agua que recibían, salvo alguna dificultad en cuanto al acceso a éstos en alguna variación del experimento.

Respecto a los hábitos reproductivos de este tipo de roedores (turón de Noruega) ya hemos dicho que los machos dominantes organizan harenes, esto se debe a que son ellos quienes llevan el control de su progenie, al menos hasta el momento del destete, así como de sus recursos y territorio. De ahí su conducta protectora contra los machos del exterior, los cuales, si lograban filtrarse a su sección, podrían dar muerte a las crías, aparearse con las hembras y hurtar su alimento. Este escenario no es exclusivo de los turones, también se encuentra presente en muchos otras especies.

Un macho típico de la población observada debe considerar tres aspectos fundamentales cuando busca una pareja sexual: 1) distinguir entre machos y hembras, 2) identificar la madurez sexual de la pareja potencial y 3) la receptividad de ésta.

Teniendo esto en cuenta, pasemos a hablar sobre las observaciones de Calhoun.

El sumidero comportamental.

Conforme crecía la población de roedores en los recintos múltiples anomalías fueron presentándose, todas referentes al comportamiento éstos. A las secciones donde no existía un jerarca con poder sobre el resto de los integrantes (macho dominante), Calhoun las llamó sink o sumidero, y cada palmo de este territorio no podía ser dividido entre diversos machos dominantes, todos ellos con el mismo rango, pero insubordinables entre ellos, es decir, uno de estos machos no iba a someterse frente a otro de igual rango. Es entonces cuando estos machos dominantes e impotentes de establecerse en un espacio lo remplazan por tiempo, es decir, se turnaban el poder, siempre de forma desordenada y violenta y principalmente porque no se sabía quién estaba sobre quién en el orden jerárquico, a diferencia de las comunidades «sanas » .

Otra diferencia de los hábitos en el sumidero respecto a los naturales fueron precisamente los sexuales. En el sumidero aparecieron diversas categorías de machos, entre ellos:

  • agresivamente dominantes, de comportamiento normal;
  • machos pasivos que evitaban la pelea y contacto sexual;
  • machos hiperactivos, que pasaban el tiempo acosando hembras, incluso en grupo; brincaban el protocolo de cortejo y mientras se acoplaban mantenían apresadas con los dientes a las hembra varios minutos, cuando lo normal eran dos o tres segundos;
  • machos pansexuales, que intentaban montar cualquier cosa: hembras receptivas y no receptivas, jóvenes y viejas, incluso otro machos;
  • y machos que se retiraban de cualquier actividad, incluida la sexual, y solo salían de su escondite cuando las demás dormían.

En cuanto a la crianza se refiere, las hembras del sumidero no asumían en forma su papel de madre y los nidos construidos por éstas eran bastante escuetos y desprotegidos y, mientras iban en búsqueda de alimento, en muchas ocasiones las crías eran devoradas, pisoteadas por sus congéneres o simplemente se rehusaban a darles teta.

Estas anormalidades se vieron reflejadas en la población de los recintos y Calhoun muestra el desarrollo del Universo 25 en el siguiente gráfico.

calhoun-experiment-daig-001
Población de turones en el recinto a través del tiempo (de observación) Fuente: Death Squared: The Explosive Growth and Demise of a Mouse Population. Jornal of the Royal Society of Medicine

Edward T. Hall resume en su libro La dimensión oculta (1966) sobre los experimentos de Calhoun lo siguiente:

De los experimentos de Calhoun se deduce claramente que aun el turón, que es muy resistente, no puede tolerar el desorden y que, como el hombre, necesita cierto tiempo para estar a solas. Las hembras en el nido son particularmente vulnerables, como los pequeñuelos, que necesitan protección desde el nacimiento hasta el destete. […]

Probablemente, en el hacinamiento en sí no hay nada patológico que produzca los síntomas examinados. Pero transtorna importantes funciones sociales y por eso conduce a la desorganización y, en definitiva, al desplome demográfico o las grandes mortandades.

[…]

Volvamos al hilo de nuestro experimento y recordemos la ecuación con la cual terminó la entrega anterior. El último término, D(t,P(t)) , deberá depender tanto de la población como del espacio disponible; si podemos extrapolar los resultados de Calhoun a la población humana, la cual, a pesar de la razón, uno de los mayores pilares que permiten, por ejemplo, vivir en grandes comunidades de cientos de miles, o incluso millones, de individuos, pude padecer una ruptura irreparable similar a la ruptura del Universo 25. Podríamos intentar determinar la función D(t,P(t)), la cual tendrá que ser negativa y mayor en valor absoluto al otro término a partir de cierto punto en el tiempo, o por lo menos su comportamiento. En otras palabras, tras sobrepasar cierto tamaño, la población colapsará inexorablemente e irá directo al sumidero, como se muestra en el gráfico de Calhoun.

Tras la marabunta de hipótesis hechas para este ejercicio mental no hemos escapado de la extinción. De una u otra manera nuestro mundo parece estar condenado y en ambos escenarios mencionados (todos los recursos son renovables y existen recursos no-renovables) el común denominador es la gigantesca población. No basta solo reducir nuestros consumos, ni nuestras emisiones de carbono, sino reducir el número de demandantes de dichos recursos y emisores; esto con mayor razón, si lo que se desea es no perder alguno o varios privilegios con los que contamos o bien, preservar nuestro estilo de vida actual.

Sin nada más que la ilusión de haber provocado alguna reflexión sobre lo que acontece en nuestro entorno, concluyo este experimento. Así que, desde ahora, dejemos de fingir que se cumplen las hipótesis y que no está ocurriendo nada allá afuera.

Referencias

  • La dimensión oculta. Edward T. Hall. Siglo XXI editores, decimocuarta edición. 1991.

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