En 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 16 de septiembre Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, con esto conmemoramos el día en que se firmó el Protocolo de Montreal (Canadá, 1987), el cual regula las sustancias que agotan la capa de ozono. La Asamblea invitó a todos los Estados a que dedicaran ese día a la promoción de actividades relacionadas con los objetivos del Protocolo y sus enmiendas, así como los esfuerzos que en tanto sociedad se han llevado acabo para contrarrestar efectos negativos para el medioambiente y la capa de ozono.

Como se sabe, la capa de ozono protege la Tierra de la parte nociva de los rayos solares, ayuda así a preservar la vida en el planeta. Por acción del uso excesivo de diversas sustancias químicas en todo el mundo, esta capa ha ido desgastándose hasta llegar al punto de poner en riesgo la salud humana y la vida en general en lo orbe. De acuerdo con las evidencias científicas, estamos lejos de la total recuperación de la capa de ozono, la cual se podrá lograr aproximadamente hasta el año 2050, sólo si todos los países verdaderamente se comprometen con las obligaciones que han adquirido a través del Protocolo de Montreal.
Aun cuando los países de América Latina y el Caribe contribuyen únicamente con 14% del consumo global de sustancias que destruyen la capa de ozono (según datos de 1999), la realidad es que los efectos dañinos de su destrucción tienen un impacto global, todos los seres humanos, las plantas, los animales y nuestro medio ambiente son afectados. Todos a nivel global tenemos un grado de responsabilidad y podemos contribuir con acciones que nos permitan proteger la salud mundial y nuestro medioambiente.

A lo largo de más de tres decenios, el Protocolo de Montreal ha hecho mucho más que reducir el agujero de la capa de ozono, también nos ha demostrado cómo la gobernanza ambiental puede dar respuesta a la ciencia y cómo los países pueden hacer frente juntos a una vulnerabilidad compartida. Hago un llamamiento a fomentar ese mismo espíritu de hacer frente común por una causa y, especialmente a ejercer un mayor liderazgo ahora que nos esforzamos por aplicar el Acuerdo de París sobre el cambio climático y por poner en marcha las ambiciosas medidas en esta esfera que con tanta urgencia necesitamos adoptar.
Antonio Guterres
La batalla contra el deterioro de la capa de ozono es una incansable lucha que aún no termina para nosotros y deberá continuar formando parte de la agenda de las futuras generaciones. Al ser consecuencia del cambio climático, sus secuelas son catastróficas y perduran a lo largo de los años. A pesar de ello, darse por vencido no es opción, debemos seguir adelante, pues todos formamos parte de esta lucha y, como sociedad, todos podemos apoyar.
Armas y medidas contra este mal
Como medida contra la problemática del agotamiento de la capa de ozono, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) impartió en marzo de 1977 una conferencia que adoptó un plan de acción mundial, estableció un comité de coordinación para elaborar guías internacionales de acciones futuras, que hoy se conocen como tratados o convenios para la preservación del escudo natural de la tierra contra la radiación solar.
Los más conocidos son el Convenio de Viena, celebrado en marzo de 1985 y en el cual las naciones eligieron en común acuerdo: «adoptar medidas apropiadas para proteger la salud humana y el medio ambiente contra los efectos adversos resultantes o que puedan resultar de las actividades humanas que modifiquen o puedan modificar la capa de ozono». Entró en vigor el 22 de septiembre de 1988.

En dicho convenio se tomaron como principales propósitos el libre intercambio de información para un bien común, la conservación de la capa de ozono, así como estipular, al final del convenio, que los clorofluorocarbonos (CFC) son «productos químicos que se deben vigilar»; también se prevé la instauración de la secretaría de ozono y la Conferencia de Partes como el órgano encargado de ver que este convenio se cumpla cabalmente.
Otra medida adoptada por Naciones Unidas es el Protocolo de Montreal, que establece una acción y mecanismos para limitar la producción y consumo de las sustancias que agotan la capa de ozono; de igual forma, introduce medidas de control para cinco CFC y tres halones para los países desarrollados, amén de un amparo que les otorga un periodo de gracia para permitirles el uso de las sustancias agotadoras antes de adquirir los compromisos.
El Protocolo de Montreal establece mecanismos para reportar datos de consumo de CFC, prohíbe su venta y consumo.

Asimismo, incluye una lista donde establece categorías entre las sustancias que causan un agotamiento en la capa de ozono, las menciona según el grado de incidencia en el problema; e incluye distintas responsabilidades, las cuales podemos interpretar como cronogramas de eliminación según las responsabilidades de los países involucrados en dicho acuerdo. Este convenio fue únicamente un primer paso, a la fecha se le han hecho un sinfín de mejoras, todas con el único propósito de preservar nuestro escudo natural.
La sociedad contra el cambio climático
La lucha aún no termina, sin embargo, el afrontar etapas difíciles y duras nos une como sociedad contra esta catastrófica amenaza que tenemos sobre nosotros, causada por malas decisiones del pasado. Es por dicho motivo que alrededor del mundo se sabe de acciones orientadas a cambiar el futuro del mundo para las próximas generaciones.

Los países han admitido que el cambio climático constituye una amenaza cada vez mayor para el desarrollo, las iniciativas destinadas a erradicar la pobreza y el bienestar de sus ciudadanos.
Los efectos del cambio climático se comenzaron a percibir desde hace años en todos los continentes y cada vez son más notorios. Las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero siguen aumentando y, si seguimos así, el aumento de la temperatura a nivel mundial superará con creces el límite de 2 grados centígrados establecido como objetivo por los países con el fin de evitar los efectos más peligrosos del cambio climático.
En 2014 se registraron las más altas temperaturas hasta la fecha y 14 de los 15 años más calurosos de los que se tiene conocimiento han tenido lugar en el siglo XXI.
El nivel del mar continúa en ascenso, el hielo del mar del Ártico se está derritiendo a una velocidad increíble y se están produciendo más fenómenos meteorológicos severos, incluyendo sequías e inundaciones prolongadas en lugares donde antes no se veían, entre otros. Y aunque parezca que esto no tiene una mejoría, el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyó que aún es posible limitar el cambio climático, si se adoptan medidas de inmediato.

Los expertos aseguran que la implementación tendrá repercusiones monetarias, pero actuar ahora será mucho menos costoso que hacerlo en los próximos años y el beneficio será mayor.
El costo que supondría adoptar ahora medidas firmes de mitigación equivaldría a una reducción en los gastos de consumo a nivel mundial de entre 1% y 4% para 2030 y entre 2% y 6% para 2050, en comparación con la alternativa de no adoptar ninguna medida. Si bien es cierto que no se tienen en cuenta los numerosos beneficios secundarios de la asimilación de medidas, como por mencionar algunos ejemplos están la mejora de la calidad del aire, los beneficios para la salud y una mejor calidad de vida.
Y no estamos hablando únicamente de nuestro presente, es también una acción conjunta para lograr una mejor calidad de vida y oportunidades para las próximas generaciones. El dejar un planeta devastado y con problemas como sobrepoblación, el deterioro de la capa de ozono y el cambio climático, sería una completa irresponsabilidad de nuestra parte. Por eso tengo la firme creencia de que es nuestra responsabilidad ayudar a mitigar este mal.