El quehacer científico en la posmodernidad

Posiblemente hayamos escuchado el adjetivo posmoderno cuando se habla de alguna pintura abstracta o quizá una película con trama confusa y estética extravagante; pero ¿qué es la posmodernidad?, ¿influye en la ciencia? Intentaré mostrar cómo influye tanto en la percepción que se tiene de la ciencia, en la forma como los individuos realizan ese quehacer; además, me detendré en las repercusiones de lo anterior en las sociedades, y explicaré el porqué la condición posmoderna implica un cambio en la vocación del científico.

La posmodernidad, tal como fue descrita por el filósofo francés Jean-Francois Lyotard, se refiere a la condición alcanzada por muchas sociedades a finales del siglo XX debido a la muerte de sus grandes relatos. Por ejemplo, la caída del muro de Berlín y el bloque soviético significaron la pérdida de confianza en el ideal marxista; el siglo pasado hizo lo mismo con algunas de las grandes ideologías, o relatos, que otrora daban cohesión y orientación a las sociedades, argumenta Lyotard. El pensador identifica, por ejemplo, los relatos cristiano, capitalista e iluminista. Para propósitos de esta reflexión, nos centraremos en este último.

El iluminismo y el viejo científico

¿Cuál es la vocación del científico? Uno podría responder: la búsqueda del conocimiento, tan lejos como nos pueda llevar, para comprendernos a nosotros y a la naturaleza. En su práctica, el científico se vería guiado por valores como la universalidad del conocimiento, el desinterés y el beneficio comunal. Albert Einstein describía la ciencia como un templo, donde el científico huía de la banalidad del mundo exterior y se maravillaba por la pureza de sus investigaciones. Ciertamente no era el único con una visión similar, podemos rastrear esta idiosincrasia hasta los griegos; pero en particular la vemos en la Europa del siglo XVIII, el periodo de la Ilustración, cuna de la ciencia moderna.

En dicha época se promovía que el uso de la razón nos llevaría a la creación de sociedades prósperas y libres de injusticias. Estos pensamientos influyeron en la Revolución francesa, estadounidense y también en el movimiento de Independencia mexicano. Nació así el ideal ilustrado, una promesa de plenitud uno de cuyos grandes escuderos era la ciencia.

Dos guerras mundiales en el siglo pasado nos mostraron cómo la más pura de las búsquedas del conocimiento se podía poner al servicio de la violencia y la instrumentalización de la muerte.

La promesa ilustrada de hacía un par de siglos se iba diluyendo, pues el progreso de las sociedades desarrolladas no había cambiado muchas de las injusticias previas. Más aún, la misma ciencia del siglo XX comenzó a dar con resultados que nos hacían perder la confianza en una realidad enteramente racional; los teoremas de incompletitud de Godel, la mecánica cuántica, la teoría del caos, parecían imponer límites a nuestro conocimiento. Esto marca de cierta manera la muerte del iluminismo.

La posmodernidad y el nuevo científico

Los grandes relatos de Lyotard tienen en común que describen la historia en términos de un devenir, con un destino por alcanzar. La posmodernidad niega los grandes relatos, ya no se habla de finalidad ni destinos inexorables. Los eventos son pasajeros, efímeros y desechables. Ante esto, el sujeto se refugia en su individualidad y la satisfacción de sus necesidades. La ciencia ilustrada se había preocupado durante mucho tiempo por la forma en que generaba conocimiento; la ciencia ahora se preocupa por la forma en que ese conocimiento puede alterar nuestro mundo material y nuestras vidas.

La ciencia no sólo es un método del pensamiento, o un intento estructurado de conceptualizar el mundo de una manera consistente; la ciencia es un mecanismo para incrementar el poder de una persona o grupo, y éste es el aspecto fundamental de la ciencia hoy en día.

Adam Liska

Las casi poéticas concepciones antiguas de la ciencia no tienen cabida en el complejo mundo moderno. La universalidad de la información se opone a las políticas de propiedad intelectual y el desinterés desaparece cuando los científicos se enfrascan en competencia para crear nuevos productos o que sus artículos se publiquen en las revistas de mayor impacto. La muerte del ideal iluminado lleva también a la muerte del antiguo mito del científico.

El nuevo científico debe acostumbrarse a un paradigma donde sus prioridades de investigación son guiadas por las tendencias de las revistas internacionales, o debe modificar las propias para que sean viables de participar por las bolsa de financiamiento y becas. Una realidad donde sus resultados, lejos de quedarse plasmados en el plano de las ideas, pueden tener una repercusión gigantesca en la sociedad. Ante esto, surge la necesidad de crear un nuevo conjunto de reglas y normas que regulen el comportamiento del científico.

La ciencia nunca ha venido equipada con un sistema de valores propios, en palabras de Martin Heidegger: la ciencia no piensa. Estos valores han sido otorgados por la sociedad, la cual ha cambiado mucho en los últimos años.

¿Son malos todos estos cambios? ¿Se debe intentar recuperar el romanticismo de la ciencia? Las respuestas pueden ser poco claras y complejas. Por otro lado, algo más evidente es el peligro al que puede conducirnos el desconocimiento de estos cambios. El científico, motivado por sus convicciones personales, debe definir su sistema de valores con esto en mente y aceptar su responsabilidad como actor en este nuevo paradigma. Esta comunidad, con su posicionamiento estratégico y alto conocimiento técnico, tiene la posibilidad de decidir cómo influirá en la sociedad, mientras que su renuncia permitirá que sea manipulada por otros intereses.

Un aspecto importante en el que puede tomar acción es el de la divulgación. Otro fenómeno en las sociedades posmodernas es la relativización del conocimiento, al no haber pautas que dictaminen un saber superior. Esto lleva a movimientos antivacunas, terraplanistas, entre otros que desprestigian al conocimiento científico. Y por otro lado están las posturas fanáticas como el cientificismo y la tecnocracia, las cuales elevan los saberes técnicos al nivel de verdades absolutas. Ambas expresiones son desproporciones de las capacidades y limitaciones del conocimiento científico, que en muchas ocasiones surgen debido al desconocimiento general del proceso de maduración por el cual ha tenido que pasar la ciencia.

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