Ver lo que nadie más ha visto antes, dominar la magia de la naturaleza, cumplir nuestro objetivo biológico o desafiar la realidad son algunas maneras de describir el trabajo en la ciencia, cada una de ellas con perspectiva particularmente bella y bastante sentido poético, pero sobre todo muy atinadas. ¿Y qué mejor manera de demostrarlo que compartir anécdotas en torno a diferentes momentos históricos de la ciencia y los científicos que los experimentaron?
Ver lo que nadie más ha visto
En el siglo XVII el comerciante de telas Anton van Leeuwenhoek observó por primera vez microorganismos en una muestra de agua. Gracias a su pasatiempo como pulidor de lentes, que originalmente usaba para inspeccionar las telas, hizo las primeras observaciones de organismos unicelulares. Comunicó sus descubrimientos a la comunidad científica, realizó sus propios estudios con rigurosidad y, aunque trabajó la microbiología de manera informal, sus observaciones son consideradas de gran mérito.

Posteriormente muchos científicos, motivados por este nuevo descubrimiento, emprendieron el estudio de la vida a nivel microscópico, obteniendo así grandes avances, principalmente en biología y medicina. Un ejemplo importante es el descubrimiento de los virus, cuyo tamaño, considerablemente menor al de las bacterias, dificultó su descubrimiento como causantes de ciertas enfermedades. Se tiene registro del científico Martinus Beijerinck, quién los observó por primera vez y los bautizó con el nombre que aún hoy día se usa.
Ya sea una especie nueva de ser vivo o una nueva partícula, en la ciencia se descubren cosas maravillosas nunca antes vistas, inimaginables, como lo demuestra la física moderna, ¡donde el tiempo se detiene en los agujeros negros y las partículas subatómicas están en todas partes y en ningún lugar a la vez! Al respecto, véanse temas como física cuántica y relatividad.
Dominar la magia de la naturaleza
Dmitri Ivánovich Mendeléyev (el hombre de la imagen) fue un legendario químico ruso al que prácticamente le debemos la tabla periódica de los elementos químicos. Realizó tantos avances que no es posible mencionarlos todos en este artículo, avances que van desde agricultura hasta espectroscopia (rama de la física que estudia los espectros, es decir, la distribución de la intensidad de una radiación en función de una magnitud característica, como la longitud de onda, la energía o la temperatura). Su trabajo científico fue de tal importancia que hay un cráter lunar y un elemento químico bautizados con su apellido.

El aspecto excéntrico de Mendeléyev lo hace parecer una especie de mago o hechicero, y de hecho la comparación con un mago queda bastante bien con su principal aporte científico: Dmitri descubrió la magia que hay detrás de las sustancias fundamentales, fue el primero en comprender el patrón de periodicidad en los elementos químicos. Este mago ordenó, por su número atómico, los elementos que se conocían hasta ese entonces y observó que cada tanto estas sustancias repetían algunas propiedades, como arder al contacto con el agua o formar sales.
La organización de los elementos que ideó Mendeléyev le permitió vislumbrar una especie de rompecabezas químico al que le faltaban piezas… ¡Tuvo la perspicacia y la paciencia necesarias para darse cuenta de que esos espacios en blanco eran elementos que aún no se descubrían! Y no sólo eso, también pudo predecir propiedades de algunas de esas sustancias faltantes con gran acierto.
Predecir características de elementos que aún no se descubren es, sin duda, algo mágico. La ciencia nos hace magos de la naturaleza, pues comprender cómo funciona nos permite obtener luz, calor y movimiento, surcar los cielos, llegar a la Luna e incluso comunicar a todo el mundo… Todo esto y más, sin usar una varita mágica, sólo con el fruto del extenso trabajo de generaciones científicas a través del tiempo.
Nuestro objetivo biológico
¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? Son preguntas fundamentales nada fáciles de responder, sin embargo, nuestra querida ciencia, como siempre, nos aporta algo de claridad. Y, a decir verdad, más allá de ser la herramienta para responder, pareciera ser la respuesta.
Somos seres vivientes y, como todo ser vivo en este planeta, poseemos ácido desoxirribonucleico (ADN), genes, estos nos dan forma y nos permiten replicarnos (reproducirnos, pues), pero… ¿son ellos los que están a nuestro favor o somos nosotros los que estamos a su favor? Sería muy egocéntrico pensar que es lo primero, ¿cierto?
Los genes se caracterizan por su capacidad para replicarse, esto les permite seguir existiendo. También se modifican, generan mutaciones, estas mutaciones diversifican a los entes vivos, dando lugar a la evolución.
Los humanos somos el resultado de la evolución de mamíferos que en una época tuvieron que dejar de trepar árboles porque tenían que sobrevivir, que debieron fabricar herramientas, aprender a cazar, usar fuego, sembrar, establecerse en un lugar, hablar, trabajar en equipo, contar, escribir, preguntarse, asombrarse y razonar.
Es lo que nos distingue de otras especies, es nuestra principal característica y gracias a eso estamos aquí. El razonamiento permite que la ciencia exista y, con ella, el avance tecnológico; lo puede ver cada vez que toma agua potable, sube a un autotransporte, compra alimentos, medicinas, ropa, lee artículos de divulgación en su teléfono inteligente.
¿Alguna vez se ha preguntado cómo sería un día sin ninguno de estos avances? Todas estas comodidades y soluciones garantizan nuestra supervivencia, al mismo tiempo que aseguran la permanencia de los genes que se encuentran en el núcleo de las millones de células que nos conforman. Sobre estos temas, léase El gen egoísta (Richard Dawkins, 1976).

Desafiando la realidad
Si nuestro mundo fuese una simulación, el universo una especie de holograma o programa de computadora, la física es el medio que nos permitiría saberlo. Comprobar si hay universos paralelos, hacer contacto con ellos. Todo esto es trabajo científico.

Pensemos en los límites del universo, lo que no se puede hacer o no sucede. El tiempo no va hacia atrás, no se puede viajar más rápido que la luz, la temperatura más baja es el cero absoluto (cero grados Kelvin), la distancia más corta es la distancia de Plank y lo que tarda la luz en recorrerla es el intervalo de tiempo más corto, el tiempo del Plank.

La naturaleza es matemáticamente estudiable, es posible predecir fenómenos y establecer modelos que concuerdan perfectamente con la realidad. El hecho de que funcione tan bien es sospechoso y, en suma a las limitaciones antes mencionadas, hace pensar en un gran programa de computadora (muy complicado, desde luego).
Sin embargo, el objetivo no es suponer que nuestro mundo es una simulación o un holograma, el trabajo científico consiste simplemente en comprender lo que hay afuera, fuera de nuestra intuición o creencia, sin partir de ningún dogma o una verdad absoluta. Buscamos hasta dónde podamos, llegamos a una respuesta y encontramos más preguntas; entonces, experimentamos, hacemos pruebas y arreglos para ver cómo y por qué. Así, desafiamos la realidad.
Un comentario en “Hermosas maneras de describir el trabajo científico”