¡Hablemos de mujeres inspiradoras!
Elizabeth Blackwell nació un 3 de febrero de 1821 en Gloucestershire, Inglaterra. Fue la tercera de nueve hijos y, en la familia blackwell, los hijos varones como las hijas mujeres tuvieron tutores privados. Elizabeth recibió una educación muy completa, gracias al estatus económico de su familia, y sin distinción de género.

En 1832 la familia Blackwell se mudó a Nueva York, Estados Unidos. Sin embargo, los negocios de su padre Samuel Blackwell, fracasaron y se vieron obligados a mudarse a Cincinnati donde, unos años después, él murió, dejando a Elizabeth y el resto de su familia sin dinero.
En un intento de sobrellevar sus gastos económicos, Elizabeth junto a sus hermanas y madre, fundaron, un 27 de agosto, una escuela privada llamada «The Cincinnati English And French Academy For Young Ladies«.

Elizabeth no era precisamente amante de ser docente e incluso hay fuentes que afirman que sus alumnas le parecían malagradecidas e impertinentes.
Rechazando su actividad docente, Elizabeth persiguió la idea de convertirse en médico. Después de ser rechazada por 10 universidades, Geneva Medical College (En Nueva York) le otorgó un espacio.
Al principio no tenía permitido asistir a ciertas actividades, como demostraciones médicas de clase, porque eran socialmente impropias para una mujer. Algunos profesores se sentían incómodos con ella asistiendo a sus lecciones de anatomía y los otros alumnos no entendían qué estaba haciendo ahí.
Sus compañeros fueron aceptándola y respetándola como colega al darse cuenta de su conocimiento, habilidad y fuerza.
En enero de 1849 Elizabeth se graduó como la primera en su clase y se convirtió en la primera mujer en graduarse de la carrera de medicina en Estados Unidos. En la graduación incluso hubo asistencia de medios de comunicación locales que cubrían la noticia.

Decidió ejercer maternidad y obstetricia en París. Terminó trabajando en un hospital llamado «La maternité» después de ser rechazada en varios hospitales, ya que, en ese momento, no era una idea bien aceptada que una mujer trabajara ahí.
Desgraciadamente, al estar tratando con un recién nacido con conjuntivitis neonatal, una secreción purulenta cayó en su ojo izquierdo, causándole la pérdida de la vista y, con ella, frustrando sus planes de convertirse en cirujana.
Al poco tiempo regresa a Inglaterra, donde conoce a una enfermera llamada Florence Nightingale (en otra ocasión hablaremos de ella).
Al regresar a Estados Unidos se encontró con otro obstáculo (como si no se hubiese enfrentado con suficiente ya) y es que no sólo los hospitales locales se negaron a contratarla, sino que no quisieron permitirle dar consultas privadas.
Elizabeth, junto a su hermana Emily, fundó una escuela de enfermería para mujeres. Fue el estallido de la Guerra de Secesión lo que las dio a conocer.
Algunos años más tardes, al rededor de 1868, la Dra. Rebecca J. Cole (la segunda mujer negra graduada de medicina) comenzó a colaborar con la escuela.
En 1859 Elizabeth se convierte en la primera mujer en ser incorporada al registro de médicos de Gran Bretaña. Continuó su labor médica y moral, dando conferencias a obreros, educación sexual a jóvenes, etc. hasta que, en 1910 sufrió un derrame cerebral y falleció a los 89 años.
En sus últimos años escribió «Pioneer Work In Opening The Medical Profession To Women» una obra autobiográfica. A pesar de no haberse casado ni tener hijos, adoptó a una niña huérfana llamada Kitty; quien terminó consagrándose a la medicina eventualmente.
En 1974 se conmemoró su inspiradora vida con un sello de correo estadounidense.

Sin lugar a dudas la vida de Elizabeth no fue sencilla, sin embargo pudo sobrellevar cada obstáculo que se presentaba en su camino y logró abrir el camino a otras mujeres en la ciencia. Un verdadero ejemplo de perseverancia y tenacidad.
Hay otra mujer, antes de Elizabeth Blackwell que ejerció como médico. Su nombre era Margaret Ann Bulkley pero era mejor conocida como James Barry ya que tuvo que fingir ser un hombre toda su vida para poder estudiar y ejercer. Fue hasta su muerte que se descubrió que, en realidad, era una mujer. Pero bueno, en otra ocasión hablaremos de ella.
– A. Ivana Arbeláez Pantoja