Es muy difícil imaginar un mundo donde nuestras acciones no tengan consecuencias, ¿cierto? La ley de la vida dicta que así sea, que haya consecuencias. Hoy en día, si nuestras decisiones se dan en un entorno donde prima el uso de las redes sociales o estamos tan desapegados de la realidad como para vivir casi de manera exclusiva en un entorno virtual… entonces muy posiblemente una acción tan simple como escribir un tuit o una publicación en alguna otra red social puede tener graves consecuencias en el mundo real.
Una noticia falsa, por ejemplo, puede contener una palabra con el poder de cambiar el rumbo de una decisión en un gobierno o afectar las directrices de alguna empresa transnacional o las operaciones en la Bolsa de Valores. Más importante aún, la (des)información que compartimos en redes puede tener un impacto psicológico o social, puede afectar a niños y jóvenes (para bien o para mal); las repercusiones emocionales son innegables. Preguntémonos: ¿qué se escribe?, ¿con qué fin?, ¿quién lo lee?

¿Hacer la paz o la guerra?
Con anterioridad he tocado el tema sobre lo importante que es hablar acerca de la adicción al internet, latente e inmersa en una sociedad a la que no le importa más que la aprobación mediante «Me gusta» y «reacciones». En esta ocasión seré más preciso y me enfocaré en su impacto dentro de varios estratos de la sociedad. Comenzaré por algo evidente, el alcance que han tenido las redes: el año pasado alguno de estos medios hicieron publicas sus cifras, revelaron la cantidad de usuarios que están registrados a lo largo y ancho del mundo.
Según datos de Statista: Twitter llegó a los 328 millones de usuarios en todo el mundo; LinkedIn, 500 millones; Instagram, 700 millones; WeChat, 890 millones; WhatsApp, 1200 millones; Facebook, 1860 millones de usuarios.

Si sumamos estas cifras, tenemos como resultado 6049 millones de personas conectadas a servicios dentro de alguna red social. Si comparamos ese resultado con el número de habitantes a nivel mundial, 7347 millones de personas, podemos llegar a la conclusión de que 82.33% de la población está conectada o es parte de alguna red social.

Ahora bien, cada quien decide cómo utilizar estos medios a su favor: ya sea para vender algún producto o servicio, u otro uso beneficioso. También se les puede dar un uso incorrecto a estas herramientas, usarlas en contra de nuestra integridad (o la de los demás), tomar malas decisiones. Un claro ejemplo es el ciberacoso.
Según estudios realizados entre abril de 2017 y abril de 2018 por la Bullying sin Fronteras, organización no gubernamental internacional, los casos de acoso en México han aumentado: 7 de cada 10 niños son víctimas de algún tipo de acoso; de los más de 40 millones de alumnos a nivel primaria y secundaria, alrededor de 28 millones sufren de algún tipo de acoso.
Algunos piensan que México está por debajo de Estados Unidos en acoso, sin embargo, la realidad es otra: somos el primer lugar en acoso escolar, seguido por Estados Unidos y después China.

Es relevante la influencia que puede llegar a tener una red social en la vida de cualquier persona; y, de alguna forma u otra, afectamos a un tercero con nuestras decisiones. Ya sea directamente, como en el caso del ciberacoso, o de manera «indirecta», al afectar a instituciones bancarias, empresas o la Bolsa de Valores.
Todo esto, mediante el uso de noticias falsas, las archifamosas fake news. El uso de alguna palabra específica en una publicación dentro de una red social puede ser suficiente para que las acciones de una empresa caigan de manera relativamente baja en la Bolsa de Valores, así como también pueden subir y favorecer a unos cuantos, pero perjudicando a muchos.

La bola de cristal llamada inteligencia de datos
Así como las redes sociales son portadoras de malas noticias, también lo son de buenas. Ahora no es necesario ser corredor de bolsa para escuchar e identificar que se habla de valores en algún noticiero, oír como el Dow Jones (índice industrial) cae ciertos puntos, sube o se mantiene; todos lo hemos escuchado más deuna vez.
Estas subidas y bajadas se deben principalmente a dos factores: la oferta y la demanda (a grandes rasgos, si existe más gente que quiera comprar una acción que personas intentando vender, el precio subirá debido a que la acción es muy solicitada: la demanda supera la oferta). En cambio, si la oferta es mayor que la demanda, entonces el precio baja. Y existen otros factores, como los beneficios: si dichos beneficios conseguidos por la empresa son mejores de lo esperado, el precio de las acciones generalmente aumenta; si los beneficios decepcionan, es posible que estos bajen.
Tales factores siempre son «fáciles» de predecir, pero, con el uso de las nuevas tecnologías y la popularidad de las redes sociales, se ha incorporado otro factor: «los sentimientos», factor que tal vez sea el más complejo e importante del precio de una acción hoy día.

Generalmente, los precios de las acciones reaccionan con más fuerza a las expectativas del rendimiento futuro de la compañía. Estas expectativas se basan en una serie de factores como los cambios de legislación, el estado general de la economía y la confianza pública en el equipo directivo de la empresa; este ultimo tópico, quizá el más importante, debido al uso de las redes sociales.
Comercio algorítmico
¿Cómo se relacionan los sentimientos y la Bolsa de Valores? Bueno, en la actualidad a ese campo se le llama comercio algorítmico y consiste en sistemas que miden la tolerancia o aversión al riesgo de los inversores, a través del empleo de información extraída vía inteligencia de datos, a partir de los insumos disponibles públicamente en las redes sociales (como Twitter), prensa (especializada o de divulgación), radio y televisión o medios digitales.
Sabemos que el estado de ánimo de los inversores varía y que esto afecta los mercados financieros; el reto que surge es cómo medir ese estado de ánimo de los inversores para anticipar la tendencia en los mercados.
Los primeros intentos para realizar esto los hizo Paul G. Darling en 1955, quien utilizó la relación entre dividendos y beneficios para medir el estado de ánimo del inversor. Otro enfoque, propuesto por Michael Lemmon y Evgenia Portniaguina en 2006, usó encuestas de confianza del consumidor, mas los resultados y las encuestas son observables con retraso; en pocas palabras, no son confiables, debido a su poca capacidad predictiva a futuro para el comercio algorítmico. Así pues, la opción más viable es el uso de inteligencia de datos.

El concepto de inteligencia de datos, según Raúl Gómez Martínez, académico de la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid, España), consiste en el uso de diversas fuentes de información de gran volumen que aportan datos a gran velocidad, con el objetivo de generar valor y revolucionar la toma de decisiones en ámbitos tan diversos como la medicina, la gestión empresarial, la mercadotecnia o la gestión de activos.
Por lo tocante a la gestión de activos, la inteligencia de datos apenas ha dado señales de su verdadero potencial, trazando un recorrido cuyo horizonte es difícil de delimitar. En su estudio, Gómez Martínez describe el comercio algorítmico como el sistema que emite órdenes al mercado, basándose única y exclusivamente en la medición del sentimiento del inversor mediante un proceso inteligencia de datos.

La primera conclusión que nos presenta dicho estudio es el claro hecho de que los sentimientos del inversor tienen la capacidad de predecir la evolución de los mercados y dejar en tela de juicio la eficiencia perfecta de los mercados, pues estos dicen tomar como indicador la racionalidad de los inversores, pero el comercio algorítmico contradice esa «eficiencia perfecta».
Segunda y última conclusión, señala el experto: con certeza, podemos decir que los sistemas de comercio algorítmico presentan estructuras más estables y con menor índice de riesgo que las estructuras de comercio técnico tradicional, este nuevo enfoque es capaz de derrotar al tradicional.
¿Bueno, malo o ambos?
Es difícil para una persona estar cien por ciento al pendiente de las redes sociales, sobre todo si esto tiene que ver con tomar una decisión que pueda llevarnos a ganar o perder activos. Aquí entran la inteligencia de datos y su uso mediante el comercio algorítmico: brindan una mejor certeza y más seguridad para tomar la mejor decisión posible y ver cómo nuestra inversión crece.
Quizás el aumento no se dé de la noche a la mañana, pero, con buenas decisiones, podremos ver el fruto de nuestro esfuerzo; esto, en el mejor de los casos. Pero ¿qué pasa cuando los datos recabados provienen de noticias falsas o cuando una publicación inesperada se desata una caída en la Bolsa de Valores?
Viene a la mente el reciente caso de Elon Musk y su fatídico tuit sobre el posible rumbo que tomaría para su compañía Tesla Motors, al llevarla al mercado privado. En un principio, produjo que las acciones de la compañía subieran 10%; después, el resultado fue una caída de 5% en sus títulos.

Otro caso es el de Twitter, que tras una baja en sus usuarios declaró que sus acciones cayeron 20.54% y provocó así que el precio de éstas bajara a $32.12 dólares por unidad; con esto, perdió aproximadamente 5928 millones de dólares en el mercado de valores. Todo, a consecuencia de la depuración de cuentas falsas, espam, cuentas con mensajes racistas y todo tipo de contenidos abusivos.
Vaya ironías de la vida, las acciones de Twitter caen, tras tomar medidas contra la maldad que se maneja en las redes sociales, mientras intentaba contribuir a mejorar la salud conversacional en internet. Bueno, esperemos que esto sólo sea temporal para la empresa de Jack Dorsey y se recupere tras este pequeño deslice. Yo creo que se merece una segunda oportunidad, ¿y ustedes?
Redes sociales: ¿una amenaza a nivel mundial?
Volvamos al ciberacoso, que hasta los propios Musk y Dorsey han padecido. Y es que el mal uso de las redes sociales no sólo tiene consecuencias en el ámbito monetario, asimismo se viven dentro de las escuelas y colegios alrededor del mundo: el acoso escolar y el maltrato se viven a todas horas, no únicamente durante el horario escolar.
Con el uso de las redes sociales, los analistas y corredores de la Bolsa no son los únicos que se modernizan, los abusivos también. Datos de la fundación ANAR y un estudio que realizó en 2016 sobre casos de acoso y ciberacoso (únicamente en España) nos dicen que, en ciudades como Madrid, los casos de ciberacoso aumentaron de 27.5% a 36.8% dentro de la comunidad estudiantil y se contabilizaron 468 843 llamadas para denunciar casos de acoso escolar, sólo en ese año.

Si bien es correcto afirmar que las redes sociales nos pueden brindar un mejor entorno y son una herramienta poderosas en un ámbito bursátil, no debemos olvidar que todavía nos hace falta mejorar como personas, como seres humanos: darnos cuenta de que el comportamiento de quienes agreden y molestan a los demás por su color de piel, creencias religiosas, preferencias sexuales o nacionalidad no es correcto y no debemos tolerarlo. Ser testigo y no decir nada nos vuelve cómplices, todos somos parte de la solución y esto es un problema de todos, que debemos de resolver como sociedad.