La astronomía es una de las ciencias más antiguas y utilizadas por la humanidad. Desde que se pudieron observar figuras en el cielo y regalarles un significado o forma, desde las primeras nociones estelares de navegación en el mar, o desde las primeras nociones de patrones y ciclos observables, que ayudaron a ajustar los calendarios o a preparar los cultivos, mediante la mera observación del mapa cósmico; ya se practicaba la astronomía.
La astronomía se encarga de observar, clasificar y analizar los cuerpos celestes, sus características y su comportamiento, en todo el universo. Actualmente tenemos sensores, satélites, telescopios, radiotelescopios, etc; los avances tecnológicos han transformado la forma de trabajar y comprender la astronomía, sin embargo, estos avances no fueran nada si no se hubieran apoyado sobre los hombros de aquellos destacados científicos, que fueron dejando en su camino una estela de migajas; un camino de polvo de estrellas para las futuras generaciones.
La astronomía moderna en México tiene grandes exponentes. Y de contar sus inicios, comenzaríamos hablando, junto con José Alzate y Manuel Peinbert, del “Sacerdote del telescopio”, Guillermo Haro Barraza. Filósofo por gusto, pero con el corazón en las estrellas. Su idea era convertirse en filósofo, lo que lo llevó a estudiar filosofía en la UNAM. Sin embargo, su entusiasmo por las estrellas y dedicación le valieron la invitación a trabajar en el Observatorio Astrofísico Nacional de Tonantzintla, consolidando y confirmando así su gran pasión. Continuó sus estudios en Estados Unidos, en donde trabajó con el personal del observatorio de Harvard, convirtiéndose en un gran exponente; su entusiasmo e inteligencia fueron reconocidos al punto de ser llamado de vuelta para ser parte del grupo de personas que trabajarían en el observatorio mexicano, además de ser el principal encargado de la cámara Schmidt, cámara que capta un amplio campo visual.
En 1949, es elegido como nuevo director del Observatorio de Tacubaya. Mismo año en el cual descubre junto con George Herbig, dos nebulosas, llamadas “objetos Herbig-Haro” (objetos HH pa’los compas). Estos objetos fueron observados previamente por Sherburne Wesley en el siglo XIX, pero sin ser reconocidas sus características como nebulosas de emisión.
Para 1951 fue director del observatorio de Tonantzintla.
En 1953, la Sociedad Astronómica de México, le otorga la medalla de oro Luis G. León. En el mismo año el Case Western Reserve University de Cleveland, le otorga un Doctor Honoris Causa.
En 1956 descubre las “galaxias azules”, que fueron bautizadas con su nombre, las “Galaxias Haro”. Esta es una de las mayores contribuciones que Haro ha hecho a la astrofísica. Les dejamos un link a un pdf para que puedan leer más al respecto:
Haro tiene varios reconocimientos, la lista es larga, pero probablemente el mayor reconocimiento que recibió es la Medalla Lomonósov, de la Academia de las ciencias de Rusia (cuando era la Unión Soviética), en 1986. Consolidando la importancia de su carrera. Este premio es como recibir el nobel, en la astronomía.
Haro sabía que la astronomía no sólo era de gran importancia para el país, sino que estaba consciente de que esta estaba enraizada en la cultura mexicana. Por eso impulsó, en 1971, la creación del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), para impulsar a las nuevas mentes y personas interesadas en estudiar esta ciencia. Además de proponer los observatorios de la Sierra de San Pedro Mártir, en Baja California, en 1967 y en Cananea, en el estado de Sonora, en 1970.
Haro siempre consideró que la astronomía y la ciencia eran las llaves para quitar el atraso y la pobreza en México. Su vida y obra nos dejó una estrella en el cielo, un punto a donde mirar en la historia de la astronomía, para orientarnos en el camino.