Eran los años cincuenta: el mundo regresaba a la estabilidad tras los años de guerra, tenía su primer contacto con la televisión a color y se maravillaba ante el descubrimiento del ADN. Al mismo tiempo, la decisión de una asociación médica americana sentenciaba la vida de cientos de personas de la comunidad LGBTTTIQ+, quienes serían expuestos a terribles experimentos en instituciones mentales a las que nunca debieron haber ingresado.
1952: El error que cambió el curso de la historia
En 1952, La Asociación Norteamericana de Psiquiatría publicó su primer manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés), documento con el que pretendía homologar las distintas clasificaciones de enfermedades mentales que existían hasta ese momento. La asociación clasificó en aquel primer texto a la homosexualidad como una enfermedad mental basándose en teorías que no habían demostrado ninguna conexión probatoria de tal supuesto.
Pese a ello, este hito en la historia permitió que en el imaginario colectivo se pensara en la homosexualidad como un asunto de salud que, al poder ser identificado y diagnosticado, debería poder ser tratado. Durante los años siguientes, millares de personas homosexuales fueron etiquetadas como enfermas, se les recluyó en instituciones mentales y se les obligó a ser parte de torturas, entonces llamadas experimentos y tratamientos, que pretendían cambiar sus identidades sexuales.
El nacimiento de las terapias de aversión

A principios del siglo XX, el fisiólogo ruso Iván Pávlov se encontraba estudiando las secreciones salivares, gástricas y pancreáticas en perros. Encontró, para su sorpresa, que los reflejos salivares caninos estaban relacionados con su conducta en el laboratorio. Pávlov notó que los perros salivaban no solo al recibir comida; también cuando podían percibirla mediante el olfato o cuando se encontraban en presencia de quien solía traerles el plato.
El investigador ruso pensó que quizá esa salivación prematura podría ser producida por cualquier estímulo, siempre que este estuviera seguido con frecuencia por la aparición de comida. De esta manera, se podría condicionar la respuesta de los canes al exponerlos durante un tiempo determinado a un estímulo diferente, como el sonido de un diapasón. Fue así como surgió una nueva corriente científica: el condicionamiento clásico.
Durante los años posteriores a los descubrimientos de Pávlov, centenares de científicos se sintieron atraídos por sus postulados. Por ello plantearon experimentos donde pretendían condicionar, con resultados variables y controvertidos, la respuesta humana a conductas como el consumo de drogas, el abuso del alcohol y las tendencias sexuales. Así, en los cincuenta y sesenta aparecieron múltiples terapias que utilizaban estímulos negativos, como electrochoques y vómito inducido, para condicionar la corrección de determinados comportamientos en los sujetos de estudio.
La psicoterapia de Hadden
Tras la publicación del primer DSM, una importante cantidad de terapeutas afirmó que la homosexualidad podía ser tratada mediante el psicoanálisis. Uno de ellos fue Samuel B. Hadden, quien en 1958 publicó el artículo Tratamiento de la homosexualidad mediante psicoterapia individual y grupal. En este texto comenta:
He observado que cuando un joven homosexual se asocia con otros homosexuales por un tiempo corto, los aberrantes mayores y más experimentados tienden a asegurarles que no se puede hacer nada por su condición y que el tratamiento es un desperdicio de tiempo. La aceptación de esta opinión hace necesario que los homosexuales racionalicen su comportamiento sexual irregular.
Perturbados por su aislamiento de la corriente principal de la sociedad y convencidos de que no pueden cambiar, se vuelven desdeñosos de los esfuerzos de tratamiento y se burlan de una cultura que espera que alteren su patrón sexual. Cuando experimentan ansiedad debido a su inadaptación sexual, la utilizan para construir la racionalización de que la homosexualidad es lo que quieren en la vida. Siempre que falla esta racionalización protectora del ego, sobreviene una depresión peligrosa; esta es la principal razón del suicidio en este grupo.
(Hadden, 1958).
En su investigación, Hadden habla de un grupo de tres pacientes en los que buscó generar conductas de ansiedad durante sus sesiones de psicoterapia. Él les pedía que reflexionaran sobre los supuestos peligros que podría traerles su orientación sexual. Al discutir, entre otros, el caso de la historia de primera plana del asesinato y desmembramiento de un marinero homosexual amigo de los tres; un crimen en el que el asesino era también su conocido y quien en el pasado habría invitado a dos de los individuos a pasar un fin de semana con él.
En esta clase de terapia se desmoralizaba al individuo, tratando de modificar su escala personal de valores para imponer la moral del clínico. A pesar de reconocer la existencia de testimonios de pacientes que no deseaban cambiar su identidad y que habían encontrado la terapia inútil, los partidarios de este modelo psicoterapéutico continuaban estigmatizándolos. Los terapeutas sugerían que la falta de apego de estos pacientes a la cultura y la sociedad existentes los hacía peligrosos para los demás y para sí mismos.
La aversión química de Freund
En 1960, Kevin Freund diseñó una técnica de aversión química. En su método, se colocaba a los pacientes frente a un proyector y se les mostraban imágenes de personas de su mismo sexo. Mientras esto sucedía, se les administraba una mezcla de cafeína y apomorfina que les provocaba el vómito. Cuando el efecto había pasado, se les administraba propionato de testosterona y se les obligaba a ver videos de personas del sexo opuesto, pretendiendo aumentar la excitación y crear un efecto condicionado de interés por este segundo grupo.
Después de dos años de seguimiento, Freund reportó que ninguno de los cuarenta y siete sujetos registrados inicialmente en su estudio había dejado de tener deseos homosexuales. A pesar de ello, su trabajo continuó siendo una base para las metodologías de aversión aplicadas en años posteriores.
En la siguiente parte: ¿Cómo evolucionaron las terapias de aversión en la década de los sesenta? ¿Cómo influyeron los activistas por los derechos de la comunidad LGBTTTIQ+ en el retiro de la homosexualidad del DSM?
Un comentario en “Nada que curar: La «ciencia» detrás de los esfuerzos para corregir la orientación sexual (parte II)”