Hace 58 años, un 18 de agosto, salió a la venta el primer anticonceptivo femenino de administración oral. Ese antecedente del medicamento que hoy día es usado por alrededor de cien millones de mujeres en el mundo se fabricó a base de la sustancia esteroide noretindrona. Sintetizada por primera vez en 1951 por el químico y fotógrafo mexicano Luis E. Miramontes, la también llamada 19-noretisterona fue la base para esta revolucionaria invención cuya patente quedó registrada a nombre de Miramontes y dos de sus colegas en la empresa Syntex, Carl Djerassi y George Rosenkranz. Por cierto, al mexicano y su familia, el chistecito de contribuir para el desarrollo de la píldora les costaría más de una amenaza de excomunión por parte de representantes de la Iglesia católica.
La píldora anticonceptiva oral combinada (PAOC), pastilla anticonceptiva o «la píldora» se compone de varias hormonas y es un efectivo medicamento para evitar la concepción. ¿Cómo funciona? Sus compuestos evitan la fertilización, no permiten que un espermatozoide fecunde un óvulo, por dos motivos: las hormonas de la PAOC detienen la ovulación, es decir, no hay maduración de óvulo alguno durante el ciclo menstrual; y, al espesar el moco cervical, dificultan la llegada del esperma hasta los óvulos. Según el Instituto Mexicano del Seguro Social, se trata de un método anticonceptivo cuya efectividad alcanza 98% si se utiliza de la manera correcta; algunas mujeres pueden presentar molestias: dolor de cabeza, náusea, vómito, sensibilidad a la luz solar en la piel o desechos entre una regla y otra.
Desde inicios de la década de los años treinta del siglo XX, los científicos sabían que las hormonas esteroideas presentaban propiedades inhibitorias para la ovulación, pero el complicado proceso de obtención las hacía muy caras. No obstante la displicencia de compañías farmacéuticas, universidades y gobiernos respecto a dicha línea de investigación, Syntex supo aprovechar lo propicio de los tiempos para la creación de un anticonceptivo hormonal; la compañía, fundada por Russell Marker en 1944 con Emeric Somlo y Federico Lehmann en Ciudad de México, logró desarrollar productos hasta doscientas veces más baratos que sus competidores en el mercado. El Enovid, primer nombre comercial de la píldora, pronto cobró popularidad en países como Estados Unidos.
Ahora bien, ¿fue la PAOC la responsable de la revolución sexual iniciada en los años sesenta del siglo pasado? No. Fue una útil herramienta, mas no la «culpable». Desde antes de la píldora había mujeres experimentando su vida sexual sin reparar en preconcepciones o estereotipos ideológicos, generalmente asociados con dogmas religiosos anacrónicos, hipócritas y machistas. Los conservadores vieron en la pastilla anticonceptiva un chivo expiatorio, decidieron satanizar ese avance científico y proclamarlo como el «culpable» de la desatada «inmoralidad» de impúdicas mujeres practicantes de sexo prematrimonial, féminas que se justificaban al reclamar —¡oh, descaro!— su derecho a disfrutar libremente su sexualidad al igual que lo hacían los hombres.
Empoderamiento es una palabra que definiría mejor lo acontecido en aquellos años. Las mujeres alzaron sus voces para obtener el reconocimiento de su justo derecho a ejercer su sexualidad y separarla del romantizado concepto de procreación, al igual que unas décadas antes las sufragistas lucharon en pro de la legalización del voto femenino. La lucha aún continúa: el derecho, invariablemente justo, a decidir sobre nuestro propio cuerpo no siempre es debidamente respetado por la sociedad en general o reconocido plenamente por las autoridades. Tal es el caso del aborto: el debate no es si las mujeres tenemos el derecho o no, el debate es si las autoridades tendrán la capacidad y las agallas para verlo y tratarlo como lo que realmente es, un asunto de salud pública, o continuarán ignorándolo.