Recuerdo que de niño, tenía una enorme fascinación por el espacio exterior. Esa curiosidad por el cosmos, hizo que me acercara a un viejo mapa del sistema solar donde habitamos, y sería lo primero que conocería de astronomía. Estrellas, planetas y otras manifestaciones cósmicas serían mis lecturas de muchos años por venir.
Pero dentro de las cosas que hallo más increíbles dentro de los variados fenómenos que ocurren en la vastedad del cosmos, están las manchas solares, las cuales no son sino fenómenos temporales producidos por concentración de campos magnéticos que inhiben las corrientes de convección y hacen disminuir la temperatura de la zona. Al estar más frías, emiten menos luz y se ven más oscuras que el resto de la superficie solar aunque tienen un brillo real que puede llegar a ser de 10 a 50 veces superior al de la Luna llena.

Y es ahí donde entran las supermanchas solares. A diferencia de lo escrito líneas atrás, la supermancha (o superfulguración) es un evento cósmico que se da en el sol, pero que atañe más a su campo magnético. Mientras que la mancha es una manifestación de baja temperatura en el astro rey, la supermancha es la expresión violenta de la energía magnética de la estrella.
La Administración Estadounidense de la Aeronáutica y del Espacio(National Aeronautics and Space Administration, NASA) ya ha tenido encuentros con estos fenómenos en ocasiones anteriores. Uno de ellos, en 2011, involucró a la supermancha solar 1302*. Esta expresión solar creó gran alarma en aquel entonces, debido a que, se teorizaba, que la tormenta solar producida por ella no sólo hubiera hecho estragos en el campo magnético de nuestro mundo, sino que también provocaría serios daños a nivel geomagnético. El desenlace de la historia de este fenómeno no daño a nuestro planeta, pero sí creo expectativas negativas acerca de cómo lo que sucede en el cosmos puede actuar con nosotros.
E incluso antes de la NASA, una situación conocida como el evento Carrington sirvió como antecedente a lo que se vio en 2011. En el párrafo anterior se mencionó a las tormentas solares (que son sucesos en los que el sol llega a interferir con la actividad magnética de los planetas que giran alrededor de él, sobre todo en los más cercanos como lo es el nuestro).
Ocurrió en 1859: el 1 de septiembre de ese año, Richard Carrington, un astrónomo británico, llega a su observatorio como siempre en un día cualquiera de trabajo y de andar mirando al espacio con su eternamente confiable telescopio. Echándole un ojo al mismo, el científico maravilla ubica al sol y observa algo curioso. Ve que el sol se ilumina con tremenda incandescencia. Ni tardo ni perezoso, agarra un lápiz y un papel y, emocionado por lo que ve, dibuja a la mancha solar de acuerdo a lo que su aparato registra. Pero nada lo prepara para lo que sucedería a continuación.

¡Una luz centelleante, en tan sólo un minuto de existencia, alimenta más la curiosidad de Carrington! Carrington había visto algo sin precedente alguno. Pero él no fue el único testigo. Quizá lo sabría después o en ese momento, pero lo que Richard llegó a ver también lo vieron otros en el resto del mundo. Lo malo fue que, ese espectáculo tan asombroso, que siguió generando al menos cinco reproducciones más, hizo que la tecnología de ese entonces, como el telégrafo, se hiciera obsoleto por un instante. ¡Hasta la electricidad hizo de las suyas!
Sí, señor… yo creo que si mi yo de niño hubiese sabido más sobre las manchas y supermanchas solares, lo hubiera contado hasta con lujo de detalle a sus compañeros. No pasaría de que lo llamaran nerd, pero sin duda, apreciaría tanto sobre esta genialidad de fenómeno que nos da el gran infinito que está arriba de nosotros…
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